“Propongo el fin de la política tradicional, veo aunque lento un proceso, equivalente a aquel por el cual los médicos sustituyeron parcialmente a los brujos y los curanderos en la práctica de la medicina. Los brujos no están extinguidos pero dominan los médicos.”Carlos Matus.
Que buscamos aquí reunidos? A qué le vamos a dedicar nuestro tiempo y esfuerzo?
Si “La República de Panamá acata las normas del Derecho Internacional”, tal como lo preceptúa el artículo 4 de la Constitución Política, y ésta no constituye una manifestación romántica, es entonces, tal vez el arma más poderosa con la que contamos los panameños para defender la forma de vida ideal. Hace apenas un poco más de un bicentenario que los hombres y mujeres de Europa lucharon por abolir la opresión de las monarquías, y en su afán motivado por un ideal promovieron declaraciones contentivas de Derechos Universales.
Las más sobresalientes son aquellas que proclaman la Libertad, Igualdad y Solidaridad humanas, que han sido reconocidos como los Derechos Humanos Fundamentales, por lo que no es de extrañar que en ese mismo orden se hayan fraguado las resistencias que hemos tenido que venir superando. Originalmente la odisea era obtener la libertad, lograda esta etapa en la humanidad vino, la que todavía seguimos librando, la batalla por la igualdad.
Estoy seguro que tan pronto alcancemos realmente la equiparación de todos los seres humanos sin distinciones de ninguna naturaleza podremos entrar en la etapa final de la conquista de los derechos básicos al comprometernos en la obtención de la Solidaridad. Por lo pronto todavía nos queda un gran trecho por recorrer en el campo de la discriminación por razón de “raza, nacimiento, discapacidad, clase social, sexo, religión o ideas políticas.” Si tenemos en mente que estos son solo los marcos mínimos de referencia que no excluyen ninguno que sea consustancial a la dignidad de las personas debemos aceptar con humildad que estamos todavía en una etapa incipiente de la meiosis del cigoto democrático.
La OEA en su Carta Democrática Interamericana hace menos de una década ha señalado como elemento esencial de la democracia el respeto de los derechos humanos, de las libertades fundamentales, el acceso al Poder, el ejercicio de ese Poder dentro de un Estado de Derecho obtenido mediante elecciones libres, secretas, directas, universales, igualitarias, competitivas dentro de un sistema partidocrático que origine un gobierno responsable, honrado, y transparente.
Este ejercicio del Poder en sus tres órganos Ejecutivo, Legislativo y Judicial requiere de una armonía de equilibrista que mantenga un balance entre el Orden Público que se impone desde las facultades Estatales y su contrapeso que son las Libertades fundamentales de las personas, que asociadas han cedido pequeñas cuota partes de ese mismo poder para lograr un fin superior, que es el bienestar general.
Dicho de otro modo, la Democracia como sistema político presupone un ordenamiento positivo que tenga a los Derechos Humanos como objetivo primordial del orden social, limitando así el poder público para impedir los abusos de quienes se estiman intérpretes únicos de la voluntad popular al haber ganado las simpatías mayoritarias un día, de elecciones, en las urnas.
Por ello sostenemos que los límites de interpretación de las facultades Estatales están demarcados por el acatamiento de los principios connaturales a las personas. Existe una progresión favorable al reconocimiento y ejercicio de estos principios, dándole prelación jerárquica sobre los poderes de los órganos del Estado. Así pues la acción pública debe ser moderada y recatada al momento de afectar negativamente estos derechos y por el contrario generosa y enérgica al momento de reconocerlos.
Cualquier alcance o sentido de los derechos humanos debe ser a favor del ser humano PRO HOMINE, de la misma manera como el derecho laboral es pro operario y el penal in dubio pro reo. Sólo en caso bien justificado por extrema necesidad para preservar la sociedad democrática, es que se podrían limitar de la manera menos perjudicial posible. En una sociedad verdaderamente democrática los políticos tienen que soportar la servidumbre de la crítica ciudadana que viene de la mano de la libertad de expresión y de opinión sin los cuales esa misma sociedad es inconcebible.
En este momento me tomo la libertad de citar un extracto de una exposición que hice durante la gestión del gobierno anterior dos años antes de las elecciones:
“Hoy día gozamos de los beneficios de una democracia adjetiva, pero todavía no podemos decir a ciencia cierta lo mismo de la democracia sustantiva.
El proceso electoral es la democracia procedimental, en la cual concurren (a escoger a sus gobernantes) las tres cuartas partes del pueblo, funciona con eficiencia y a pocos minutos del escrutinio, nadie duda del resultado extraoficial que transmite el Tribunal Electoral, que luego de cada torneo es calificado con la máxima de “A” en su gestión pública.
Sin embargo, fundamentados en todas las experiencias electorales anteriores en las que ha ganado la oposición, la otra democracia, la sustantiva, la que debe durar cinco años, se ve fracasada con una “F”; por ello, nos corremos el cada vez más grave riesgo de cometer el error de socavar la democracia adjetiva por un autoritarismo dictatorial.
Los gobiernos democráticos están causando profundas frustraciones en las cada vez más desmoralizadas clases sociales, a todos los niveles, fomentando que germine la especulación política autocrática.
La democracia no es sólo elegir gobernantes cada cinco años. La democracia, así como la dieta, es una forma de vida, que en este caso, conjuga la cotidianeidad del juego político mediante reglas justas de participación igualitaria.
Sólo una democracia total, tanto adjetiva como sustantiva, será plenamente alcanzable cuando todos, tantos los de gobierno como los de oposición, practiquen una democracia con ética individual, apoyada en una moral colectiva de compromiso personal y solidario. Una ética de trabajo y esfuerzo, una ética de responsabilidad proporcional, donde cada quien rinda cuentas en la justa medida de sus actuaciones, de acuerdo a sus funciones.”
El respeto a la voluntad popular exige de nosotros fomentar el pluralismo político ya sea propiciando la participación partidista o cívica, mediante una adecuada y constante capacitación de los actores sociales. Debemos en primer lugar, fomentar a lo interno de los partidos su democratización, así como la capacidad de administración organizacional de su estructura permanente, a la vez que, por otro lado y como una capacitación distinta debemos propiciar los liderazgos sustentados en la educación ideológica y programática. Por supuesto que sin descuidar la tarea- nada fácil- de capacitar a la sociedad civil para que pueda cumplir mejor su papel de expresión genuina del querer independiente.
Partidos sólidamente organizados con líderes auténticos, interactuando con grupos no gubernamentales independientes y fuertes, puede ser la alternativa tan deseada para llegar a la democracia sustantiva que permita la gobernabilidad requerida para alcanzar el bien común.
La relación entre el individuo y su poder público se ejercita a través de las determinadas acciones que nuestro ordenamiento brinda, y los derechos políticos se constituyen como exigencias frente a este Poder Público, de ahí las constantes revisiones y reformas a nuestra legislación para el debido reconocimiento de derechos en nuestra sociedad democrática.
Hoy con los ánimos calmados, sin apasionamientos propios de toda contienda electoral que ha quedado atrás, una vez más, nos reunimos el Tribunal Electoral como garante de la trasparecía, libertad, honradez y eficacia del sufragio en el medio, con los partidos políticos legalmente constituidos y en formación por un lado; y por el otro los ciudadanos no inscritos en partidos unidos en un Foro ad hoc pro reformas electorales donde se consultan formalmente los mejores intereses de los sectores laboral, empresarial, académico y no gubernamental, en este quinto e institucionalizado esfuerzo ,sin precedente en ningún otro país, para trabajar mancomunadamente en el mejoramiento de nuestro sistema electoral, basamento de nuestra forma democrática de gobierno.
Trataremos más de 50 temas que seguro suscitaran mucho entusiasmo y para muestra un botón: 1.- Renovación de las autoridades internas de los partidos políticos, 2.- Porcentaje de adherentes necesarios para sobrevivir y constituir partidos, 3.-Financiamiento Público, 4.-Transaparencia en las donaciones privadas, 5.-Líimites a las donaciones privadas, 6.- Límites al gasto electoral, 7.-Capacitación femenina y juvenil, 8.- Uso de la imagen en campaña, 9.-Debates presidenciales,10.Elecciones primarias organizadas por el Tribunal Electoral, 11.-Duración del periodo para primarias y para la elección general,12.- Elección de diputados nacionales,13.-Libre postulación presidencial.14.-Duración del fuero electoral,15.- Adjudicación de curules,16.- Revocatoria de mandato.
Hoy procuramos mejorar el sistema electoral, que no es tarea de poca monta, sobre todo si nos medimos para motivarnos a un máximo rendimiento, frente a los jinetes que nos han precedido en esta ardua labor. Ellos han logrado con éxito introducir reformas que han permitido procesos cada vez más perfectos y prístinos, y como dato curioso actuamos ante un público tan sabido que a pesar de elegir cada vez con mayor aceptación al próximo gobernante siempre apuesta a la renovación. Por ejemplo, gozando de la democracia que se instauró con el gobierno del Presidente Endara, Ernesto Perez Balladares fue elegido con el 33% de los votos, mientras que Mireya Moscoso fue elegida con el 44%, Martín Torrijos con el 47% y Ricardo Martinelli con el 60%, en donde el resultado se dio a conocer inmediatamente a exiguos minutos de cerrada la votación.
Estos resultados nos dicen mucho de la sabiduría popular del panameño y al buen entendedor le sobran palabras para comprender este fenómeno. Somos idealistas y optimistas. Nuestra realidad de hoy fue el ideal de ayer y nuestra realidad de mañana será el ideal de hoy.
En consecuencia hoy aquí, soñemos un estadio de ideales posibles y seguro que los veremos hacerse realidad. Personalmente he orientado mis pasos por la ruta rebelde de la inconformidad, guiado por una máxima: “todo lo que hago es mejorable y nada de lo que haga será suficiente”.
Un humilde y sabio presidente dijo “mientras todas las demás ciencias progresaron, la de gobernar que marcó el paso: hoy es practicada apenas un poco mejor que hace tres o cuatro milenios”. Y ese fue John Adams hace más de 200 años, en los Estados Unidos.
No finalizo con estas palabras para desmotivarlos, sino todo lo contrario, para que pese más aún sobre nuestras conciencias el reto que asumimos.
Que buscamos? En realidad la respuesta es simple: seguir como siempre, mejorando nuestra democracia.