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Las oportunidades palestinas para la paz: un análisis de las propuestas rechazadas y sus consecuencias históricas

Ago 5, 2025
Cómo Palestina venció a Israel en la Guerra Comunicacional - tupolitica.com
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Tabla de contenidos

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  • Las reacciones divergentes
  • Las consecuencias inmediatas
  • Las propuestas israelíes
  • El rechazo de Arafat
  • Liderazgo palestino: entre intransigencia y legitimidad
  • Liderazgo israelí: pragmatismo estratégico
  • El factor del reconocimiento
  • Erosión de la posición negociadora
  • El problema demográfico irreversible
  • Radicalización política
  • El modelo irlandés
  • El precedente surafricano
  • El contraste palestino
  • Escenario de estatus quo
  • Escenario de normalización regional
  • Escenario de renovación del liderazgo
  • Recomendaciones estratégicas
  • Conclusión

La historia confirma que los palestinos han rechazado sistemáticamente las oportunidades de establecer su propio Estado y esto revela un patrón histórico consistente de decisiones estratégicas que han perpetuado el conflicto en Oriente Medio.

Esta dinámica, documentada a través de múltiples propuestas diplomáticas desde 1937 hasta la actualidad, plantea interrogantes fundamentales sobre las prioridades políticas palestinas y su relación con la aceptación del Estado judío.

El primer intento formal de partición territorial se remonta a 1937 con la Comisión Peel. Esta comisión británica, presidida por Lord Peel, fue establecida tras la gran revuelta árabe de 1936 para investigar las causas del conflicto entre judíos y árabes en el Mandato británico de Palestina. El 7 de julio de 1937, la comisión publicó un informe que declaraba el mandato como «inviable» y recomendaba por primera vez la partición del territorio.

Disturbios en Palestina. Lord Peel y el Muy Honorable Sir Horace Rumbold, presidente y vicepresidente de la Comisión Real de Palestina, abandonan las oficinas tras tomar declaración al Comité Superior Árabe.

La propuesta contemplaba la creación de un Estado judío en las zonas de mayor asentamiento de colonos europeos (Galilea, la llanura costera y parte del centro), un Estado árabe para la población palestina en el resto del territorio, y una zona internacionalizada bajo control británico en torno a Jerusalén. Significativamente, incluía la sugerencia de «transferencia de población» para asegurar la homogeneidad étnica del nuevo Estado judío.

La respuesta árabe fue categórica: rechazaron la partición «en principio» y la condenaron por unanimidad, argumentando que se oponían «a todo el principio de concesión de territorio a los judíos». Exigieron que el Reino Unido mantuviera su promesa de un Estado árabe independiente y declararon que «la propia presencia de los derechos que los judíos disfrutan fue una traición a la palabra británica«.

En contraste, el liderazgo judío aceptó la partición con sentimientos encontrados como una oportunidad para la soberanía. David Ben-Gurión escribió a su hijo en octubre de 1937: «un estado judío debe establecerse de inmediato, incluso si es sólo en parte del país. El resto seguirá en el curso de tiempo«, revelando una estrategia pragmática que priorizaba la construcción gradual del proyecto nacional.

La propuesta más significativa llegó el 29 de noviembre de 1947, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 181. Este plan recomendaba la partición de Palestina occidental en dos Estados independientes -uno judío y otro árabe- con Jerusalén y Belén bajo control internacional.

La resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas, votada el 29 de noviembre de 1947, establece la partición de Palestina en un Estado judío, un Estado árabe y una zona bajo régimen internacional particular

La distribución territorial otorgaba aproximadamente el 56% del territorio al Estado judío y el 42% al Estado árabe, pese a que los judíos representaban un tercio de la población y poseían solo el 7% de las tierras privadas. La resolución fue aprobada con 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones, alcanzando la mayoría de dos tercios requerida.

Las reacciones divergentes

La comunidad judía celebró la resolución con entusiasmo. David Ben-Gurión y la Agencia Judía aceptaron el plan, aunque con reservas estratégicas. Ben-Gurión comprendió que rechazar la propuesta de la ONU significaría perder una oportunidad histórica que podría no repetirse. Su pragmatismo político contrastó marcadamente con la posición árabe.

David Ben-Gurión en 1952.

El Alto Comité Árabe, la Liga Árabe y los gobiernos árabes rechazaron categóricamente el plan. Jamal Husseini, vicepresidente del Alto Comité Árabe, declaró que los palestinos se opondrían «con todos los medios posibles a cualquier esquema para particionar la tierra o dar a los judíos cualquier preferencia». Argumentó que «la conexión judía con la tierra terminó hace 2,000 años» y que los judíos estaban «conduciendo una invasión».

Las consecuencias inmediatas

El rechazo árabe tuvo consecuencias inmediatas y devastadoras. Israel declaró su independencia el 14 de mayo de 1948, basándose en la legitimidad internacional otorgada por la resolución de la ONU. Al día siguiente, una coalición de países árabes -Egipto, Irak, Jordania, Líbano y Siria- atacó al recién nacido estado en lo que se convertiría en la primera guerra árabe-israelí.

Soldados israelíes en combate contra la aldea árabe de Sa’sa’. Foto de la Oficina de Prensa de Israel.

El resultado fue catastrófico para los palestinos: más de 700,000 palestinos fueron desplazados en lo que denominan la Nakba (desastre). Las fuerzas árabes ocuparon inicialmente el sur y este de Palestina, pero para 1949, Israel había ganado la guerra y controlaba gran parte de esos territorios, excepto la Franja de Gaza. La llamada «Línea Verde» se estableció como nueva frontera, otorgando a Israel más territorio del originalmente asignado por el plan de partición.

Tras décadas de conflicto, los Acuerdos de Oslo de 1993 representaron el primer reconocimiento mutuo directo entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Firmados en Washington el 13 de septiembre de 1993, establecían un período de cinco años para negociar un acuerdo de paz permanente y creaban la Autoridad Nacional Palestina (ANP) como gobierno autónomo provisional.

Isaac Rabin, Bill Clinton y Yasser Arafat durante los Acuerdos de Oslo, 13 de septiembre de 1993.

Los acuerdos contemplaban la retirada gradual de las fuerzas israelíes de Gaza y Jericó, seguida por la transferencia de competencias en educación, cultura, salud, bienestar social, impuestos y turismo a la ANP. Israel mantendría el control de asuntos exteriores, defensa, fronteras y seguridad de los asentamientos.

Sin embargo, las cuestiones de estatus permanente -Jerusalén, refugiados palestinos, asentamientos israelíes, seguridad y delimitación de fronteras-quedaron excluidas de estos acuerdos provisionales. Esta ambigüedad constructiva, diseñada para permitir avances graduales, se convirtió posteriormente en fuente de frustración y conflicto.

La Cumbre de Camp David del 11 al 25 de julio de 2000 representó el intento más ambicioso de resolver el conflicto. El presidente Bill Clinton reunió al primer ministro israelí Ehud Barak y al líder palestino Yasser Arafat en un esfuerzo final por alcanzar un acuerdo de paz definitivo.

Las propuestas israelíes

Barak presentó ofertas sin precedentes en la historia de las negociaciones israelíes. Según fuentes de las negociaciones, Israel ofreció:

  • Retirada del 91% de Cisjordania y 100% de Gaza
  • Compensación territorial del 1% del territorio israelí
  • Control palestino sobre los barrios árabes de Jerusalén Oriental
  • Acceso a la mezquita de Al-Aqsa
  • Creación de un Estado palestino en aproximadamente el 95% del territorio solicitado

El rechazo de Arafat

Pese a estas concesiones históricas, Arafat rechazó las propuestas sin presentar contraoferta. Las fuentes diplomáticas estadounidenses atribuyen el fracaso principalmente a la intransigencia del líder palestino, quien no aceptó ninguna propuesta «ni siquiera como base de negociación».

Foto: El líder de la OLP, Yasser Arafat, durante una visita a la residencia del presidente israelí Ezer Weizman en Cesarea, Israel. La primera visita del líder de la OLP, Arafat, a Israel.

El punto de ruptura surgió en torno a tres cuestiones fundamentales:

  1. El retorno de refugiados palestinos a territorio israelí
  2. La soberanía sobre el Monte del Templo/Explanada de las Mezquitas en Jerusalén
  3. El reconocimiento del fin del conflicto
Por Karl Schumacher – U.S. National Archives and Records Administration, Dominio público.

Clinton posteriormente comentó que Arafat, cuyo liderazgo se basaba en la «lucha» por la reivindicación palestina, no podía aceptar el fin del conflicto, ya que eso equivalía a pasar «de la guerra a la paz», algo incompatible con su concepción política.

Tras el fracaso de Camp David, Clinton presentó el 23 de diciembre de 2000 sus propios parámetros para un acuerdo definitivo. La propuesta incluía:

  • Creación de un Estado palestino en 94-96% de Cisjordania
  • Anexión israelí de bloques de asentamientos con intercambio territorial equivalente
  • División de Jerusalén con soberanía palestina sobre barrios árabes
  • Solución limitada al problema de los refugiados

Israel aceptó los parámetros el 28 de diciembre, aunque con reservas. Arafat los aceptó oficialmente el 2 de enero de 2001, pero Clinton consideró que las reservas palestinas estaban «fuera de estos parámetros», mientras que las israelíes permanecían dentro.

Las conversaciones de Taba (21-27 de enero de 2001) representaron el último intento serio de negociación. Según confesaron los propios negociadores, estuvieron «más cerca de alcanzar un acuerdo definitivo de lo que ninguna otra conferencia de paz lo había estado nunca». Sin embargo, el gobierno de Barak dio por concluidas las conversaciones debido a la proximidad de las elecciones israelíes, y el nuevo gobierno de Ariel Sharon nunca las retomó.

Ariel Sharon, elegido primer ministro israelí en 2001, dio por concluidas las negociaciones de paz.

El 30 de abril de 2003, el Cuarteto de Madrid (Estados Unidos, Unión Europea, Rusia y Naciones Unidas) presentó la Hoja de Ruta para la Paz. Este plan establecía tres fases cronológicamente delimitadas para alcanzar un acuerdo definitivo antes de 2005.

La primera fase contemplaba el fin del terrorismo y la violencia, con Israel aceptando explícitamente la creación de un Estado palestino y los palestinos reconociendo al Estado de Israel. Israel debía desmantelar asentamientos ilegales construidos después de marzo de 2003, mientras los palestinos controlarían a su población para evitar actos terroristas.

La segunda fase incluía elecciones palestinas e inicio de contactos diplomáticos y económicos, estableciendo fronteras provisionales para el Estado palestino. La tercera fase culminaría en 2005 con un Estado palestino soberano y acuerdos definitivos sobre Jerusalén, refugiados y asentamientos.

El proceso alcanzó un punto muerto en su primera fase y nunca llegó a implementarse completamente.

La Conferencia de Paz de Madrid del 30 de octubre al 1 de noviembre de 1991 marcó un hito histórico. Por primera vez desde Camp David, israelíes y palestinos se sentaron a negociar cara a cara. La conferencia, patrocinada por Estados Unidos y la URSS, reunió delegaciones de Israel, Líbano, Siria, Egipto y Jordania-Palestina.

Aunque no concluyó con una resolución de paz firmada, fue la antesala de los Acuerdos de Oslo. La conferencia estableció el principio de «paz por territorios» y organizó tres conversaciones bilaterales (Israel con la OLP, Siria y Líbano individualmente) junto con encuentros multilaterales para discutir seguridad, agua y desarrollo económico.

Madrid abrió importantes incógnitas y períodos alternos de paz y guerra, pero lo más destacable fue que impulsó dinámicas negociadoras que se materializarían posteriormente en Oslo.

Los Acuerdos de Abraham de 2020 representaron un cambio paradigmático en la política regional. Israel firmó acuerdos de normalización con Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Sudán y Marruecos, rompiendo décadas de políticas árabes que condicionaban el reconocimiento de Israel a la resolución de la cuestión palestina.

El presidente Donald J. Trump, acompañado por altos funcionarios de la Casa Blanca, emite un comunicado en el que anuncia el acuerdo de normalización total de las relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos el jueves 13 de agosto de 2020, en el Despacho Oval de la Casa Blanca. (Foto oficial de la Casa Blanca por Joyce N. Boghosian)

Estos países árabes sustituyeron la fórmula tradicional de «paz por territorios» por «paz por paz», anteponiendo sus intereses nacionales. El contexto incluyó la aparición de Irán como nueva amenaza regional, la rivalidad con Arabia Saudita, y los intereses específicos de cada país para establecer relaciones con Israel.

Los acuerdos demostraron que la resolución del conflicto palestino ya no era un condicionante absoluto para la normalización árabe-israelí, debilitando significativamente la posición negociadora palestina.

Liderazgo palestino: entre intransigencia y legitimidad

El análisis de las decisiones palestinas revela un patrón consistente de rechazo a propuestas que implicaban reconocimiento del Estado de Israel o compromiso territorial. Desde el Alto Comité Árabe en 1947 hasta Mahmoud Abbas rechazando el «Acuerdo del Siglo» de Trump, el liderazgo palestino ha priorizado la preservación de posiciones maximalistas sobre el pragmatismo político.

Yasser Arafat personificó esta dinámica. Su liderazgo se basaba en la «lucha» y la «resistencia», haciendo difícil la transición hacia un papel de constructor de Estado en paz. Como observó un joven palestino durante el funeral de Arafat en 2004: «Ahora no precisamos un líder para la revolución, sino para construir un Estado en paz».

Liderazgo israelí: pragmatismo estratégico

En contraste, el liderazgo sionista demostró consistente pragmatismo estratégico. Ben-Gurión en 1947 comprendió que rechazar el plan de partición podría significar perder una oportunidad histórica. Esta mentalidad pragmática se repitió con Menachem Begin en Camp David 1978, Ehud Barak en Camp David 2000, y Ehud Olmert en sus propuestas de 2008.

Los líderes israelíes adoptaron una estrategia de «construcción gradual»: aceptar lo disponible en el presente mientras mantenían aspiraciones de expansión futura. Ben-Gurión lo expresó claramente: «El resto seguirá en el curso de tiempo. Un estado judío vendrá».

El factor del reconocimiento

Un elemento constante en todos los rechazos palestinos ha sido la negativa a reconocer explícitamente el derecho de Israel a existir como Estado judío. Desde 1947, cuando el Alto Comité Árabe declaró que se oponía «a todo el principio de concesión de territorio a los judíos», hasta las negociaciones contemporáneas, este reconocimiento fundamental ha permanecido como línea roja palestina.

Erosión de la posición negociadora

Cada rechazo palestino ha resultado en el deterioro de su posición negociadora. En 1947, se les ofrecía el 44% del territorio; en Camp David 2000, aproximadamente el 22% (Cisjordania y Gaza); en las propuestas actuales, territorios aún más fragmentados por asentamientos y infraestructura israelí.

Los Acuerdos de Abraham demostraron que Israel puede obtener reconocimiento árabe sin resolver la cuestión palestina. Esto ha eliminado uno de los principales elementos de presión sobre Israel para hacer concesiones territoriales.

El problema demográfico irreversible

Los años de rechazo han permitido la consolidación de «hechos sobre el terreno» que hacen cada vez más difícil una solución de dos Estados. Con más de 600,000 colonos israelíes en Cisjordania y Jerusalén Este, y infraestructura extensiva conectando los asentamientos, la viabilidad territorial de un Estado palestino se ha visto severamente comprometida.

Radicalización política

Los rechazos sistemáticos han contribuido a la radicalización política en ambas sociedades. En el lado israelí, han fortalecido argumentos de que «no hay partner para la paz«. En el lado palestino, han alimentado movimientos de resistencia armada como Hamas, que considera cualquier reconocimiento de Israel como traición.

El modelo irlandés

El proceso de paz de Irlanda del Norte ofrece contrastes instructivos. El Acuerdo de Viernes Santo de 1998 requirió que el IRA reconociera la legitimidad del estado británico y renunciara a la violencia a cambio de autonomía política. Los líderes republicanos irlandeses, incluyendo figuras históricamente intransigentes como Gerry Adams, aceptaron el pragmatismo político.

«Vota sí, es el camino a seguir» (Campaña a favor del Acuerdo de Belfast, 1998), exposición Troubled Images, Linen Hall Library, Donegall Square North, Belfast, Irlanda del Norte, agosto de 2010.

El precedente surafricano

La transición surafricana también demostró el poder del pragmatismo. Nelson Mandela y el Congreso Nacional Africano aceptaron una transición gradual que preservaba ciertos intereses de la minoría blanca a cambio de participación política democrática. Esta flexibilidad estratégica permitió evitar una guerra civil y construir una sociedad más estable.

Desde el edificio Longworth en Washington D. C., 4 de octubre de 1994. Primer viaje de Mandela a Estados Unidos. Por © copyright John Mathew Smith 2001

El contraste palestino

En contraste con estos ejemplos, el liderazgo palestino ha mantenido consistentemente posiciones maximalistas que priorizan la validación ideológica sobre los logros políticos tangibles. Esta dinámica ha perpetuado un conflicto que podría haberse resuelto a través del compromiso gradual.

Escenario de estatus quo

La continuación de las políticas actuales sugiere una prolongación indefinida del conflicto. Sin cambios fundamentales en el liderazgo palestino o la dinámica regional, es probable que persista la fragmentación territorial y política que caracteriza la situación actual.

Escenario de normalización regional

Los Acuerdos de Abraham podrían expandirse para incluir Arabia Saudita y otros países árabes, aislando aún más a los palestinos. Esta normalización regional sin resolución palestina consolidaría la posición israelí y reduciría incentivos para concesiones territoriales significativas.

Escenario de renovación del liderazgo

Una transición generacional en el liderazgo palestino podría abrir oportunidades para enfoques más pragmáticos. Líderes jóvenes sin vínculos históricos con la «lucha armada» podrían estar más dispuestos a aceptar compromisos territoriales a cambio de soberanía política real.

Recomendaciones estratégicas

Para romper el ciclo histórico de oportunidades perdidas, se requieren cambios fundamentales:

  1. Reconocimiento mutuo explícito: Los palestinos deben reconocer formalmente el derecho de Israel a existir como Estado judío, mientras Israel debe reconocer el derecho palestino a la autodeterminación en territorios específicos.
  2. Implementación gradual: Adoptar un modelo de construcción estatal gradual similar al aplicado exitosamente en otros conflictos étnicos, priorizando logros tangibles sobre posiciones ideológicas.
  3. Liderazgo pragmático: Fomentar el surgimiento de líderes palestinos dispuestos a priorizar la construcción de Estado sobre la preservación de narrativas históricas de resistencia.
  4. Marco internacional robusto: Establecer mecanismos internacionales de verificación y cumplimiento que garanticen la implementación de acuerdos, evitando el colapso que caracterizó intentos anteriores.

El análisis histórico revela un patrón consistente de oportunidades palestinas rechazadas que han resultado en el deterioro progresivo de su posición política y territorial. Desde la Comisión Peel de 1937 hasta los Parámetros de Clinton de 2000, cada rechazo ha llevado a propuestas subsecuentes menos favorables para las aspiraciones palestinas.

La narrativa palestina ha enfatizado la injusticia de las propuestas recibidas, pero ha fallado en reconocer el costo acumulativo de los rechazos sistemáticos. Mientras el liderazgo sionista adoptó consistentemente estrategias de «construcción gradual» que transformaron concesiones limitadas en logros expansivos, el liderazgo palestino mantuvo posiciones maximalistas que resultaron en la pérdida progresiva de opciones políticas viables.

La consolidación de los Acuerdos de Abraham ha demostrado que la comunidad árabe ya no considera la resolución del conflicto palestino como prerrequisito para la normalización con Israel. Esta realidad geopolítica reduce significativamente el margen de maniobra palestino y sugiere que futuras oportunidades de paz podrían ser aún más limitadas que las históricamente rechazadas.

El conflicto palestino-israelí representa, en última instancia, el costo histórico de priorizar la pureza ideológica sobre el pragmatismo político. Las sociedades que han logrado resolver conflictos étnicos similares han demostrado que el compromiso gradual, aunque doloroso, puede generar resultados más favorables que la intransigencia perpetua.

La pregunta fundamental que emerge de este análisis no es si los palestinos tenían derecho a rechazar propuestas que consideraban injustas, sino si estas decisiones han servido efectivamente a los intereses a largo plazo del pueblo palestino. La evidencia histórica sugiere que la respuesta es profundamente problemática, planteando interrogantes sobre la efectividad de estrategias políticas que han llevado a un deterioro sistemático de las opciones disponibles para la autodeterminación palestina.

Conclusión

El análisis exhaustivo de las propuestas de paz desde 1937 hasta la actualidad revela una conclusión ineludible: Palestina ha rechazado sistemáticamente todas las oportunidades históricas de establecerse como Estado soberano, perpetuando así un conflicto que podría haberse resuelto hace décadas mediante el compromiso político y el reconocimiento mutuo.

Esta realidad histórica trasciende las diferencias ideológicas y se sustenta en evidencia documental irrefutable. Desde el rechazo categórico del Alto Comité Árabe al plan de la Comisión Peel en 1937, pasando por el veto palestino al Plan de Partición de la ONU de 1947, hasta la negativa de Yasser Arafat a las generosas ofertas de Camp David 2000, el liderazgo palestino ha priorizado consistentemente posiciones maximalistas sobre la construcción pragmática de Estado.

La conclusión ineludible es que la ausencia de un Estado palestino no puede atribuirse a la negativa israelí o internacional a reconocer los derechos palestinos, sino al rechazo sistemático del propio liderazgo palestino a las múltiples oportunidades de autodeterminación que se le han presentado. Esta responsabilidad histórica no minimiza las injusticias sufridas por el pueblo palestino, pero sí establece que las decisiones de su liderazgo político han sido el factor determinante en la perpetuación de su condición de pueblo sin Estado.

El reconocimiento de esta realidad histórica es esencial para cualquier proceso de paz futuro. Mientras el liderazgo palestino mantenga la expectativa de que puede rechazar indefinidamente propuestas de paz sin consecuencias políticas negativas, y mientras la comunidad internacional continúe recompensando esta dinámica con mayor simpatía y presión sobre Israel, el conflicto permanecerá irresuelto.

La tragedia del conflicto palestino-israelí radica precisamente en esto: no es la historia de un pueblo al que se le ha negado la oportunidad de autodeterminación, sino de un liderazgo político que ha rechazado sistemáticamente esas oportunidades, privando así a su pueblo del Estado soberano que múltiples propuestas internacionales le habrían otorgado. Esta conclusión, por dolorosa que pueda resultar, es fundamental para comprender por qué el conflicto persiste después de más de ocho décadas y qué cambios estructurales serían necesarios para resolverlo definitivamente.

Tags: IsraelPalestina
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