Rubén D. Souza B.
Coordinador General – Partido Popular
La idea del cambio de la vida de la humanidad es el signo sobresaliente de la época contemporánea. La consigna de “otro mundo mejor es posible” recoge el sentido progresista. En América, desde el norte hasta la Patagonia, esta idea es la que se generaliza. En Panamá, como parte de este mundo, no es ajena a este deseo y ha sido penetrada ya por ese impulso.
En nuestra singularidad nacional, el cambio se ha convertido en una necesidad que se bifurca en la tendencia de modernizar y retocar el viejo modelo social de estirpe oligárquica, por una parte, y por la otra, en la voluntad de renovar la sociedad transformándola. Estos dos alineamientos están en creciente confrontación, pasando, en estos momentos, por una fase de abigarramiento en que se mezclan arbitrariamente asuntos ideológicos, políticos, sociales, económicos, étnicos y culturales, No obstante, el aspecto político emerge como el conducto que resume la problemática nacional, considerada en el debido contexto internacional, convirtiéndose paulatinamente en el principal campo en que se dirime el alcance del cambio, su contenido y la definición de las fuerzas motoras respectivas a las sendas tendencias.
En el régimen político que brotó de la infame invasión yanqui del 89, se origino el bipartidismo que ha venido administrando el país, repartiéndose el poder entre los partidos alineados al viejo modelo socio-político y socio económico de abolengo oligárquico, de más de un siglo, y los nuevos ricos que cada día se encastan más, quienes, a pesar de proceder del torrijismo se han ido identificando con el viejo modelo. Estos llamados empresarios del PRD, salvo algunas excepciones, se aliaron a fuerzas centro-derechistas y prometieron el modelo de “Patria Nueva”. No obstante, en casi 5 años de gobernar, esa “Patria” se ha hecho anciana prematura y galopantemente, de tal manera que los partidos de oposición y la alianza “Patria Nueva” solo pelean por el turno de gobernar y por el reparto de los negocios burocráticos, pero dentro del marco de la continuidad del viejo modelo. En esto son afines y hacen causa común frente a las demandas y deseos de las masas sufridas, pauperizadas y frustradas que plantean un cambio renovador y no de retoque.
Ambas fuerzas, la oposición electoral de turno y la que ahora gobierna, se han coludido para mantener un régimen electoral que garantice la continuidad del poder estatal en manos del bipartidismo. Por el carácter de la ley electoral, su efecto le veda la posibilidad a las organizaciones populares, progresistas y revolucionarias, de acceder directamente al proceso electoral, pese a lo que plantea la Constitución. Este impedimento es una muralla de contén a lo que la vida actual esta imponiendo: un cambio refundador frente a más de lo mismo.
Los políticos que dominan la política panameña, motivados por la soberbia de la partidocracía son tan miopes y prepotentes que no advierten el ambiente de cambio renovador que va dominando en nuestra sociedad y que si al pueblo se le cierra el paso de la vía pacífica, electoral, para expresar su voluntad legitima y por una vía independiente, buscará alternativas propias y extralegales porque todo lo que hay se ha hecho reversible e incierto. Se acumula en nuestro país suficiente material explosivo y numerosos detonantes que nos pueden lanzar al caos. Si como están las cosas ahora mismo, permanecen igual, pueden darse en las próximas elecciones una gran abstención por el descrédito de las figuras que desde el bipartidismo resplandecen y que simbolizan el pasado. Esta abstención no será pasiva sino muy activa y militante que pueda llevar a arrepentirse al que gane el poder en el 2009.