El presidente José Raúl Mulino aprovechó su gira en Puerto Armuelles, Chiriquí, para anunciar lo que calificó como buenas noticias para el agro panameño: un acuerdo con Nestlé para seguir comprando leche grado C a los productores locales y el avance de conversaciones con Chiquita para reactivar la producción bananera en Bocas del Toro. Ambos anuncios generan expectativas, pero también exigen una lectura crítica sobre su verdadero alcance.
Un discurso entre el realismo y la confrontación
Mulino, fiel a su estilo directo, sorprendió con una frase que resume su visión de la relación con las transnacionales: “No les agradezco, pero sí les reconozco este esfuerzo a Nestlé, porque es una empresa que está allí para ganar plata, no para poner plata”.
Con estas palabras, el presidente reconoce la lógica empresarial de Nestlé, pero también marca distancia, subrayando que el gesto de la compañía no es altruista sino un cálculo de negocio. El problema es que, en la diplomacia económica, ese tipo de declaraciones pueden ser interpretadas como confrontativas en lugar de celebratorias, debilitando el clima de confianza que se busca transmitir.
Nestlé y la eterna deuda con los productores
El acuerdo anunciado con Nestlé se presenta como un alivio para los productores de leche grado C, quienes históricamente han enfrentado dificultades para colocar su producción en el mercado. Sin embargo, la noticia deja más preguntas que respuestas:
- ¿Qué precio pagará Nestlé por la leche?
- ¿Se garantizarán condiciones justas y sostenibles para los productores?
- ¿Es este un compromiso temporal o un plan estructural de largo plazo?
En ausencia de estos detalles, el anuncio corre el riesgo de convertirse en una promesa política más que en una solución definitiva a la inestabilidad del sector lácteo.
Chiquita: la fruta prohibida de Bocas del Toro
La mención a Chiquita, por su parte, tiene una carga simbólica mucho mayor. La empresa es parte de la historia social y económica de Bocas del Toro, marcada por décadas de conflictos laborales, reclamos sindicales y luchas por mejores condiciones de vida.
El anuncio de que Panamá podría reactivar la exportación bananera desde Changuinola reaviva esperanzas en una región castigada por el desempleo. Pero aquí también surgen interrogantes:
- ¿En qué términos regresaría la multinacional?
- ¿Se respetarán los derechos de los trabajadores?
- ¿Habrá compromisos de inversión en infraestructura social y ambiental?
De no aclararse, este acuerdo podría ser visto como un regreso a un modelo de dependencia donde Panamá cede demasiado a cambio de empleo inmediato.
La narrativa de la recuperación económica
Más allá del agro, el presidente aprovechó el escenario para vincular los anuncios con un relato de recuperación económica nacional. Prometió carreteras, hospitales y generación de empleos en todas las provincias. La estrategia es clara: utilizar los acuerdos con Nestlé y Chiquita como ejemplos tangibles de un gobierno que “pone a andar la economía”.
Sin embargo, esta narrativa tiene un punto débil: se sostiene más en expectativas futuras que en logros concretos. Obras de infraestructura y promesas de inversión generan titulares, pero hasta que no se traduzcan en empleos reales y en dinamización productiva, seguirán siendo parte del terreno discursivo más que de la realidad económica.
Entre la dependencia y la soberanía productiva
El trasfondo del comunicado revela una tensión estructural que Panamá no ha resuelto: la dependencia de transnacionales para sostener sectores clave de su economía agrícola. Nestlé y Chiquita no llegan por benevolencia, sino porque ven rentabilidad. El Estado, en lugar de fortalecer cadenas de valor internas y promover cooperativas robustas, parece conformarse con ser mediador entre productores y corporaciones.
Esto plantea una pregunta de fondo: ¿puede Panamá aspirar a una soberanía productiva mientras descansa en decisiones externas que en cualquier momento pueden cambiar?
Una conclusión inevitable
Los anuncios del presidente Mulino son políticamente efectivos: transmiten acción, cercanía con los productores y confianza en la recuperación. Sin embargo, carecen de la profundidad necesaria para garantizar que el beneficio sea sostenible.
El país necesita algo más que acuerdos bilaterales con multinacionales. Requiere una política agropecuaria clara, que equilibre la relación con las empresas transnacionales y coloque en el centro a los productores locales y a las comunidades que históricamente han sostenido al país con su trabajo.
Mientras eso no ocurra, cada anuncio seguirá siendo un titular pasajero que se diluye con el tiempo, dejando intactas las mismas preguntas que hoy rondan la leche de Azuero y el banano de Bocas del Toro.