Mariela Sagel
La autora es arquitecta y ex ministra de Gobierno y Justicia
Inmediatamente que se culminó la transferencia total de las áreas enmarcadas en la Zona del Canal, proceso que había iniciado en 1977 cuando se firmaron los Tratados Torrijos-Carter, empezaron las quejas agoreras de que los gringos se habían ido y que el mercado inmobiliario se había caído irremediablemente. Aún cuando un Centro Multilateral Antidrogas, impulsado por el gobierno del Dr. Ernesto Pérez Balladares, fue el caballito de batalla que usó la oposición a falta de argumentos válidos para atacar su gestión, tras bastidores los comerciantes y dueños de inmuebles añoraban las épocas en que los gringos venían a vivir a Panamá por razones de trabajo.
Hoy día, a menos de 10 años de esa transferencia, con un Canal en manos panameñas mucho más eficiente y supremamente más rentable que durante la administración estadounidense, no se oye ni una queja sobre la “retirada de los americanos” sino que se cambian densidades, se inventan urbanizaciones y se venden íconos de arquitectura para erigir sendos esperpentos donde albergar a todos los gringos, canadienses, europeos y demás extranjeros que han volteado la mirada hacia Panamá, detrás de la “ruta por descubrir”.
Pero este boom inmobiliario no ha sido de gratis, ni consecuencia de una gestión orientada a hacer posible el destino manifiesto que tendría Panamá. Luego del retorno de la democracia a nuestro país, se empezaron a hacer ajustes estructurales en la economía, algunos más relevantes que otros, que permitieron que el país se colocara en un sitial de competitividad como cualquier otro. Primeramente fueron las reestructuraciones impuestas por las instituciones financieras, luego la privatización de los servicios de electricidad, teléfono, puertos y otros más, que eran necesarias para competir en igualdad de condiciones en un mundo globalizado. También influyó el ingreso de Panamá a la Organización Mundial de Comercio, cuando las incipientes y casi manuales industrias locales tuvieron que actualizarse para poder competir. No hay que olvidar la construcción de la red vial, largamente postergada (corredores norte y sur, primera fase de la autopista Panamá-Colón y la continuación de la Interamericana, entre otros), la revisión y adecuación de muchas leyes que garantizarían las inversiones en la construcción y en el turismo y la equiparación de aranceles agropecuarios. “El atraso en el camino de la modernización lo hemos recortado y toca ahora apretar el paso. Los llamados riesgos políticos los tomamos porque los panameños no pueden quedarse con expectativas frustradas ni mentirles con medidas cosméticas. De lo exhausto y lo agotado de un modelo insostenible hemos pasado a ser un país que puede sumar a su geografía y a su sistema monetario, la integración de las áreas revertidas, una renovada capacidad productiva, mayor competitividad y menos (muchísimo menos) desconcierto económico”. (Del libro El País que estamos construyendo, de Ernesto Pérez Balladares, cita del 15/07/1997).
Ahora que vamos, como quien dice, viento en popa, hay que hacer ajustes. Primeramente tener una visión de país, no el desorden que ahora mismo experimentamos. Ubicar las prioridades en cuanto a la protección de lo que tenemos, en todo sentido, urbanístico, patrimonial, ambiental y de identidad. Exigir a nuestras autoridades coherencia en los que nos podría llevar a ser el Singapur de América. Y ser proactivos hacia esa meta, para que lo que se dijo en un momento, Yankee go home, ahora sea, foreigners come to Panama, donde las sonrisas son gratis y el país “se queda en ti”.