Por: Ramón Benjamín
En realidad nunca conversamos como tal, la primera vez que lo vi, trabajando, yo tenía 10 años. La última vez que lo vi, trabajando, fue hace poco más de un mes. Siempre lo vi en el trabajo o intercambiando posiciones de manera productiva con otros.
Por eso, como ya dije lo considero «una buena persona, un hombre digno, con quien se podía hablar, a quien nunca se le subieron los humos, trabajador…una real pérdida». El hecho de formar parte de espacios políticos divergentes, aunque hayamos compartido posiciones ideológicas, no cambia mi percepción ni para bien ni para mal.
Y si yo, que solamente tenía esa imagen lejana lo siento como pérdida, sentimiento compartido por gente de cuyo criterio confió, comprendo cómo se encuentran quienes estuvieron mas cercanos, compañeros, amigos, familiares, copartidarios.
También fue notable su esfuerzo humano, dentro de la maraña burocrática clientelista, por desarrollar los espacios culturales y la presencia del INAC, tema e institución «de tercera» para nuestras estructuras políticas plagadas de culpables de ignorancia por conveniencia y convicción, en las cuales el hoy desaparecido era notable excepción.
Sin embargo, es en los momentos difíciles donde hay que definir posiciones y demostrar la capacidad para tratar con las consecuencias de nuestras declaraciones y acciones. No es porque hayan asesinado a Anel Omar Rodríguez Barrera, o a cualquiera de nuestros conocidos estimados, que el discurso de mano dura adquiere legitimidad o viabilidad.
Aceptar tal secuencia, sería negar la dignidad inherente a todos aquellos que día a día han estado muriendo consecuencia de una violencia que no encuentra su raíz en los barrios de clases populares, sino en la exclusión sistemática y la negación de derechos a la cual han sido sometidas estas poblaciones, generando condiciones de vida bochornosamente desiguales en la estructura social, en un contexto de competencia y consumismo, con todas las consecuencias que de tal imaginario y realidad social se pueden derivar, entre ellas, la delincuencia común, último eslabón de una cadena delincuencial surgida desde el poder que instaura el acomodamiento de la imagen como norma moral y la corrupción como metabolismo de país. ¿Dónde buscar entonces los verdaderos culpables?, ¿dónde empezar a hacer la “profilaxis”?
No es porque murió el amigo del presidente que ahora toca reforzar la seguridad, primero porque el Estado, idealmente, no es para los amigos, segundo porque mantiene el mismo enfoque reactivo-represivo-selectivo y poco democrático de la seguridad. Tampoco porque en su momento fue asesinado el guardaespaldas del alcalde capitalino es válida su evidentemente hipócrita y electorera indignación, cuando por diez años su administración fue una desgracia para esta ciudad en todos los aspectos.
La seguridad también la perdieron las víctimas del bus incendiado, del dyetilenglicol, los taxistas asesinados, los jóvenes de Jaqué, los muertos de hambre y parásitos, los trabajadores de la construcción, los jubilados con miserias y sin medicinas, los niños sin escuela, los desplazados por megaproyectos, los detenidos sin alternativas, en fin, todos los seres humanos que en su igualdad han sufrido históricamente las consecuencias de la acción u omisión del poder público, de quienes lo han ejercido consciente, voluntaria e irresponsablemente entre carnavales, propaganda, adendas y otras desviaciones desde tiempos inmemoriales, sin la mínima posibilidad de inicio de cambio con las escuálidas ofertas electorales.
Hacia allá, radicalmente hay que mirar, aunque en la coyuntura electoral sea más fácil encender el discurso y estremecer las ramas a ver que cae apelando al esquema de pensamiento inmediatista, dejando intacto el conflicto central generador del problema específico.
No debemos dejarnos llevar por la desventura ni contribuir indirectamente con ella, porque ni el temor ni la venganza nos llevarán a la libertad o la justicia. Hoy papá me dijo que iba a salir y finalmente me preocupó. Ayer mamá me dijo por enésima que ya no se puede salir a la calle, y finalmente sentí que tenía razón y no exageraba.
Solamente si pensamos con la razón, si nos tomamos en serio el mundo, la vida, si adaptamos positiva y constructivamente la verdad de que en efecto, sólo el pueblo consciente salva al pueblo, lograremos salir a mediano plazo de este circo trágico.
El autor es:
Estudiante de Derecho y Ciencias Políticas
Universidad de Panamá