Por: Alberto E. Fadul N.
Pensadores expertos en la materia consideran consistentemente que el sistema capitalista, inmerso en una democracia efectiva como sistema de gobierno, sumado a un real esfuerzo del sector privado productivo, en lo que respecta a una positiva responsabilidad social corporativa, representa el conjunto vivencial más efectivo en la promoción del desarrollo humano individual y productivo.
La igualdad entre seres humanos es algo utópico, de ahí que las disparidades requieran de equilibrios proporcionales, posibles y aceptables, que promuevan un desarrollo encaminado al éxito individual, para lo cual se requiere el concurso de mecanismos gubernamentales y del sector privado, que permitan el logro de tales objetivos.
Por lo tanto, es indispensable apuntar que el factor mayormente causante de los desequilibrios sociales es la pobreza y, que si bien es un tema que se discute frecuentemente tanto en el sector gubernamental, como en el sector privado, mientras esto ocurre muy a pesar de los mismos ésta continúa creciendo de manera desproporcionada y la brecha es cada vez más profunda.
No podemos postergar más la responsabilidad que tenemos de enfrentar esta desgracia social y debemos hacerlo no con discursos vacíos, no en más “mesas” que están llenas para los que participan en ellas, pero no derraman nada a los que tienen hambre, no en comisiones especiales que no quedan en nada, no con segundas agendas politiqueras y populistas o con la demagogia que pretenden algunos gobernantes, al colocar sus causas en la riqueza, bien habida de otros. Es deber de todos y cada uno de nosotros y debemos actuar ya con verdadera honestidad, seriedad y compromiso cierto.
A mi juicio, la pobreza se incrementa producto del conjunto de instituciones públicas anacrónicas, apoyadas por funcionarios electos que carecen de una verdadera misión y clara visión para cambiar el “status quo” y, porque algunos no tienen interés en cambiar la trasnochada venta de un populismo de izquierda, inspirados en conceptos desvariados, como el divisionismo de clases, inspirado en conceptos caprichosos e infundados, compartidos, lamentablemente, por la masa laboral de empleados públicos, cuya mayoría proviene de los efectos del clientelismo político.
Considero igualmente, que se cae en el error de copiar fórmulas sin profundizar en las realidades sociales, culturales y económicas de aquéllos países de donde se extraen y las consideramos buenas para nosotros. La importación de modelos al carbón que pretenden, sin lograrlo, amainar la pobreza sin combatir su causa raíz, sin tomar en cuenta las características particulares de nuestro país y de nuestra gente, siempre nos llevarán al fracaso. Como ejemplo: un subsidio a la pobreza. Dar dinero a cierta cantidad de familias, escogidas casi que al azar, es populista y no ataca el mal de la pobreza en su raíz; efectivamente no aporta a la solución en el corto, mediano o largo plazo, pues no agrega valor en las áreas que requieren atención: educación, empleo, alimentación, salud, transporte y muchas otras más. Por el contrario, crea dependencia y fomenta el paternalismo.
Sin duda ineficiencia en el gasto público es una lacra adicional. De acuerdo a estadísticas del BID, por cada $1 invertido en gasto social sólo 0.15 centavos llegan realmente al pobre que queremos ayudar; el resto se queda en gastos administrativos. ¿Los resultados en la actualidad han mejorado?
Carecemos de una visión real del estado que queremos. Un verdadero plan de desarrollo económico nacional, centrado en políticas reales que promuevan y estimulen la inversión en aquéllas zonas geográficas de pobreza y pobreza extrema. El estado debe hacer atractiva ésta inversión, estimulando la creación de actividades industriales y agrícolas en los núcleos de pobreza en nuestro país, permitiendo así que se dé la combinación de ganar/ganar.
Esta obligación no es sólo del estado, el sector privado tiene igual grado de responsabilidad social y para lograr tales propósitos, el gobierno debe adoptar políticas fiscales que incentiven la inversión privada. Políticas que deben ser medidas y evaluadas contra la inversión real y palpable, no aquéllas que se quedan en esquemas fiscales de simple acumulación de riqueza. La crítica de este sector debe cesar, ya no podemos continuar con posiciones de sectores antagónicos encontrados, el país es de todos.
Ningún propósito positivo se puede lograr despreciando al sector productivo, pues de éste debe surgir el incremento de empleos. No del empleo clientelista en el sector público o de la labor conocida en el área de la informalidad, la cual en la mayoría de los casos, separa familias sin cubrir la canasta básica alimentaria disimuladamente bajando, inciertamente, las cifras del desempleo.