Por: Alberto E. Fadul N.
En seguimiento al escrito anterior reitero, enfáticamente, que los aspirantes al solio presidencial deben demostrar que cuentan con equipos, acuciosos, elaborando estudios pertinentes encaminados a disminuir, por lo menos, algunos de los flagelos que nos agotan, particularmente, la ineficiente educación pública. Ser específicos en indicar como lograrán ponerle un alto a la corrupción. Demostrar seriedad en abordar, efectivamente, la previa y potencial futura impunidad. Los casos claros existen.
Dar muestras de su capacidad de liderazgo, de su compromiso con la transparencia, de no confundir el servir con servirse del cargo. No fomentar el fenómeno corrupto del clientelismo, como lo exige el clamor ciudadano. Los partidos de oposición deben ya dar muestras evidentes de unidad en respaldo a un solo candidato. Tres o más candidaturas le restarán calidad y seriedad al torneo electoral, en un periodo tan coyuntural como el actual. Ya no es aceptable que un gobierno, simplemente se apodere del país.
Eliminar con actos probatorios, el clientelismo político, mecanismo de intercambio de beneficios a través del ejercicio de la función pública. El interno que favorece a copartidarios. El externo, que persigue beneficios económicos determinados, mediante tratos con partes que poseen influencias en lo económico o quienes conforman grupos organizados de presión, con claros y definidos intereses, libres de hacer lo que les venga en gana, pues sus votos cuentan. El genérico, dirigidos a la compra de votos entre grupos de personas que estarían dispuestas a condicionar su voto en base a meras promesas que, en pocos casos, se cumplirán. Ya el enorme tamaño del Estado no admite crecimiento alguno, requiere de seria reducción.
Este mecanismo genérico es el que promueve el reciclaje de copartidarios, restándole importancia, partidista, al fomento interno, el cual debe obligarles a considerar el hacer crecer la figura del liderazgo. En él, abunda el fenómeno del divisionismo de clases, enfrentando, a los que poco o nada tienen con aquellos que generan legítima riqueza. Evitando, demagógicamente, la responsabilidad gubernamental de planificar, prioritariamente, el gasto público, no el corrupto e ineficaz uso de los mismos.
No más de esto conciudadanos, votemos por quien pueda ejecutar el mejor programa con la altura de un líder quien ve, en su empeño personal de gobernar, el vital interés por la nación como un todo. Quien desea dejar un legado de progreso nacional, no obtener el mero beneplácito de sus copartidarios.