Por: Abdiel Augusto Patiño
La clase política panameña sigue dando ejemplos increíbles de mediocridad, prácticamente de naturaleza histórica. ¿Será que ya se están tocando los límites de semejante aberración proselitista?… Insultos, acusaciones, señalamientos, indirectas, engaños y todo tipo de símiles demostraciones de vulgaridad han adornado el discurso de todos los actores políticos a nivel de las campañas presidenciales, como si se tratase de un circo apto para imbéciles. ¿Será que así nos califican los que hoy pretenden ostentar el poder político del Estado?… Dicen que la clase política de una nación, su actuar y proyección, son reflejo de la sociedad que dirigen, aquella que les ha producido; ¿acaso es así la sociedad panameña?
El proselitismo electoral con la mira puesta en el solio presidencial ha dejado mucho que desear. Ya tenemos más de un año de campaña, primero con las primarias de cada partido, y ahora en la recta final hacia el 3 de mayo de 2009; y ninguna facción política ha sido capaz de presentar una sola propuesta viable, sostenible, veraz y programática para enfrentar ninguno de los problemas que afectan a la sociedad panameña. Aunque parezca mentira, es la peor campaña electoral vista desde la caída de la dictadura militar. ¿Qué es lo que hemos aprendido?, ¿qué es lo que hemos construido en estos 20 años, más no un circulo vicioso que nos ubica en situación similar a la de las postrimerías del régimen castrense, cuando lo que se buscaba era la salida, sin importar lo que representase o costase?
El ciudadano debe ser más observador y preocupado por su realidad y la de su nación. El mensaje no puede ser más claro. La clase política ha topado un nivel insostenible, en donde todo vale con tal de acceder al poder; donde la palabra no cuenta y las traiciones a esta van de la mano de cualquier intención por demostrar poder y tenerlo; donde los insultos públicos y las vejaciones publicitarias son parte de una negociación de competencias -¿qué tipo de competencias?- para ubicar perfiles de una fórmula electoral sostenida en una alianza de encuestas y eslóganes cargados del más bajo mercadeo. ¿Puede haber un interés sensato por la prioridad número uno; la nación y sus asociados?
En 1988, en el peor momento de la historia patria, el régimen de Manuel Antonio Noriega parecía sucumbir ante los gritos civilistas que apostaban a sacar al dictador y a su brazo político, el Partido Revolucionario Democrático (PRD), de las mieses del poder luego de 20 años de la asonada militar de octubre de 1968. Lo que el gobierno celebraba como el vigésimo aniversario de la Revolución y de la llegada del Torrijismo mesiánico, para la mayoría de los panameños representaba la oportunidad de cambiar, de facto, todo lo que ya estaban harto de vivir. Para esos días ya se sabía que todos los partidos opuestos al régimen correrían juntos, con un solo candidato, para aplastar al PRD. Sin embargo, el voto democrático de mayo de 1989 y las presiones superficiales de Estados Unidos, no bastaron para que el general y su séquito entendieran el mensaje. Una innecesaria invasión militar estadounidense tuvo que pasar la página, y dar paso a un capítulo que, paradójicamente, ya lleva a cuesta 20 años de alternancia entre dos polos; un pseudo bipartidismo patético, plagado de antivalores.
Mire usted si el escenario no parece el mismo, solo que bajo circunstancias estructurales e institucionales totalmente diferentes. Ahora no es dictadura, ahora es democracia; ahora parece no quererse a quienes se han alternado por 20 años, porque al final parecen ser parte del mismo tipo de “cosa política”; ahora la mirada atisba caer en una tercera fuerza que absorberá para sí, incluso, a quienes representan mediana parte de los 20 años de democracia post dictatorial. ¿Quién aparenta ser la salida?… Y lo más interesante, ¿bajo la mirada atenta de que amistosa potencia del mundo se cocina tal escape?
Luego de 1989, el 3 de mayo de 2009 representará un momento importante para la nación panameña, porque tal cual se perfila, se tomará una decisión que abrirá una puerta hacia un Panamá que nunca hemos vivido. Que sea para bien o para mal dependerá más de la sociedad misma y de sus actores democráticos, que de los hacedores del poder político; porque de estos últimos, más que esperanzas, no debemos más que esperar desasosiego; al menos, por ahora.