Por: Jose I. Blandón
Supe por primera vez del Dr. Carlos Iván Zúñiga en 1984, cuando aspiró a la Presidencia de la República como abanderado del PAPO en condiciones muy difíciles, puesto que era mal visto por los militares por su inclaudicable lucha civilista e incomprendido por los otros partidos de oposición que consideraron divisionista su opción de candidatizarse por separado. Recuerdo que me causó buena impresión su pinta quijotesca y sus innegables cualidades oratorias.
Lo traté directamente cuando ingresé a la Facultad de Derecho en 1986 y me tocó tenerlo posteriormente como Profesor de Derecho Penal. En las protestas civilistas de junio del 87, de manera casual, caminaba a su lado por la Vía España cuando los antimotines nos atacaron con bombas lacrimógenas. Era la primera vez que yo estaba en medio de algo así y él con la tranquilidad que lo caracterizaba, me indicó en medio de la refriega que buscara un trapo y lo mojara en vinagre. Esa fue una de mis primeras lecciones de lucha callejera.
Recuerdo también en aquellos momentos difíciles, poco después de las declaraciones de Díaz Herrera, cuando circulábamos por la 12 de octubre y lo escuchamos en Radio Mundial arengando a todo el pueblo panameño para que, en una hora determinada, saliéramos a la calle con pitos, pailas y pañuelos.
Después de la dictadura, en una ocasión me molesté ante una columna de opinión en la que lanzaron infundados ataques contra mi persona. El se me acercó y me preguntó qué me pasaba. Yo le dije que no sabía si contestar o no. Me recomendó hacerlo, diciéndome que él ya era conocido y la gente creía lo que quisiera de él, pero que yo estaba dándome a conocer y si callaba, podían creer que era cierto. Con la malicia que da la experiencia, me recomendó revisar la cédula de la persona para ver si existía. Cuando fui al Registro Civil, me dí cuenta que era falsa, no existía ese número ni la persona que supuestamente escribió el ataque. Sonreí pensando que más sabe el diablo por viejo, que por diablo…
Años después, tuve el honor de apoyarlo en su candidatura para la Rectoría de la Universidad de Panamá y una vez más, pude admirar su innegable capacidad para la oratoria. En la Facultad de Arquitectura, presencié como con voz queda y una sonrisa literalmente “destrozó” a un dirigente del FER que pretendió sacarlo de sus casillas.
Son muchas más las anécdotas que una persona como yo, que no fue amigo íntimo ni contempóraneo de Carlos Iván Zúñiga, podría contar. Mucho lo que podría decir de sus preclaros artículos que religiosamente leía todos los sábados y de la conversación que tuvimos en una ocasión en su casa, ese rincón del paraíso, que tenía en su amada Boquete. ¡Qué podrían decir aquellos que lo conocieron mejor y por más tiempo!
Se nos ha ido un panameño ejemplar, un gran patricio, como pocos hay ahora. Una persona que mereció dirigir los destinos de este país como pocos lo han merecido en los últimos cuarenta años. Honremos su memoria, siguiendo sus pasos.
Nunca te olvidaremos, Carlos Iván!