Por: Dr. Benjamín Colamarco Patiño
Hace más de 100 años gente enrolada en el incipiente movimiento socialista se debatía en dos frentes diferentes respecto a como actuar frente al capitalismo salvaje que “reinaba” en esos tiempos: trabajo a destajo, trabajo infantil, jornadas laborales de 16 horas continuas, trabajadores sin derechos y patrones sin obligaciones; eran algunas de las manifestaciones mas crueles de esa fase del capitalismo.
Frente a las posturas mas radicales que se expresaron en años posteriores en lo que se conoció como la Europa del Este comunista; los socialdemócratas europeos, socialistas moderados, postularon y postulamos el reformismo dentro de una democracia liberal, representativa y parlamentaria.
Las contradicciones planteadas en aquellos debates hace 120 años, con matices diferentes, en otro contexto histórico y actores distintos, se mantuvieron durante casi 100 años. Hoy pareciese que el tiempo le ha dado la razón a los socialdemócratas, quienes planteamos un sistema social basado en la organización mixta de la economía: en donde coexistan la empresa privada, las empresas mixtas, la empresa pública y las cooperativas, dentro de una economía social de mercado abierta que conduzca, a través de políticas coordinadas, a la mayor productividad posible, aplicando paralelamente los instrumentos y los contenidos que posibiliten la distribución con equidad del ingreso y el goce de los beneficios del crecimiento económico. Esto requiere la definición de mecanismos de equilibrio y justicia social, que aseguren a su vez, un creciente nivel y calidad de vida integral a la sociedad y promueva la prosperidad y el bienestar a toda la población, en libertad y con dignidad.
Queda claro que los socialdemócratas aceptamos los postulados fundamentales de la democracia representativa, pero señalamos que se debe continuar la lucha por reformas que tiendan a la equidad y a la igualdad dentro de sus reglas.
La realidad es que el mundo vive hoy bajo las condiciones de la globalización y la preeminencia del mercado global. Esta situación, donde parece que el capitalismo vuelve a “reinar” sin competidores, nos impone a los socialdemócratas un nuevo desafío: mediante la planificación y la acción política, dar respuestas concretas a las demandas y expectativas sociales sin caer en la promesa fácil o en soluciones equivocadas del pasado.
Mientras tanto, los radicales de derecha: fascistas; los candidatos mesiánicos sin ideología y los extremistas de izquierda: Leninistas y Trotskistas, atacan, consciente o inconscientemente, desde diferentes posiciones a la democracia y a la institucionalidad política, pero se igualan en su propósito de destruirla.
Los extremistas rearticulan su discurso y sus estrategias, dirigiendo el ataque al modelo de Estado que tenemos, con un inusitado cuestionamiento a las instituciones y a los partidos políticos, confrontando al gobierno con reivindicaciones que son casi imposibles de atender en el corto y mediano plazo.
Los radicales del Trotskismo postulan que es posible minar el capitalismo global y el poder del Estado no por medio de un ataque directo, pero sí transfiriendo el foco de la lucha hacia las prácticas cotidianas de demandas sociales largamente insatisfechas. De ese modo, consideran que las fundaciones del poder del capital y del Estado, se quedarán cada vez más estremecidas y, en algún momento, el Estado acabará desplomado.
Los que todavía insisten en combatir al Estado, para no hablar de los que aún conspiran para asaltarlo como sea, mantienen un apego al viejo paradigma leninista: la tarea, hoy, es resistir al poder del Estado y sus instituciones, retirándose de su terreno y crear nuevos espacios fuera de su control.
En la práctica, los grupos extremistas y quienes consciente o inconscientemente les hacen el juego, crean y promueven células operativas para ejecutar sus “políticas de resistencia” cuyo eje central son las exacerbadas “demandas infinitas”.
Quienes defendemos el principio de la democracia representativa como un valor, y la preservación de la institucionalidad política, es preciso que entendamos que no es lo mismo, la naturaleza legítima de los reclamos, que el enfoque de quienes buscan minar la legitimidad del Estado apoyándose en esos reclamos, o de quienes incitan demagógicamente esos reclamos.
La esencia de la democracia como sistema, es el arreglo y ajuste de intereses y la búsqueda del progreso social en el seno de una sociedad de contradicciones. Sin una tendencia u orientación basada en los principios y reglas que le son consustanciales, una democracia no nace, y si nace, se debilita rápidamente…..Las monocracias, las autocracias; los regímenes oligárquicos; la dictadura del proletariado, son fáciles, nos caen encima solas; las democracias son difíciles, tienen que ser promovidas, cuidadas y creídas.
Esto no quiere decir quitarle responsabilidad a los actores que la componen: los partidos, las autoridades políticas, las instituciones representativas. Por el contrario, el fortalecimiento de la institucionalidad y el rescate de la cultura política deben conjurar el riesgo de la debilitación del sistema democrático que es el objetivo de los radicales y demagogos de coyuntura.
Como las tentativas de abolir el Estado y la democracia liberal representativa, fracasaron rotundamente, la nueva política de resistencia radical se debe concentrar a una cierta distancia del Estado y sus instituciones: en movimientos contra los partidos; contra las hidroeléctricas, contra las minas, en las organizaciones radicales ecológicas fundamentalistas; promoviendo protestas simultáneas por la falta de agua en algunos sitios; por calles en ciertos sectores; instigando otras formas de organización “espontánea” local. Desde su posición antagónica, debe ser una política de resistencia al Estado liberal democrático, de denuncia de sus limitaciones, de su bombardeo con demandas imposibles. El principal argumento de esa política de resistencia y agitación contra el Estado, se basa en una exigencia de “soluciones inmediatas” de los “reclamos infinitos”.
El militante radical, y el candidato mesiánico sin estructura y anti sistema, aprovechando circunstancialmente medios de exposición, actúa como superego, torpedeando al Estado liberal democrático con demandas y falacias desde una posición confortable. Y cuando más el Estado intenta satisfacer esas demandas, más culpable es la apariencia que él asume (Estado) desde una perspectiva contradictoria, acusado de sectarismo, incapacidad y traición a los principios que profesa por no cumplir de inmediato con todo en todas partes.
Ese es el caso que nos ocupa en nuestro país, ciertamente el Gobierno del Presidente Torrijos no tiene cómo satisfacer en el tiempo limitado (corto plazo) y el espacio nacional, las expectativas acumuladas y el rezago de muchos años.
Sin embargo como socialdemócratas que somos, como Torrijistas militantes, hemos avanzado con un rumbo definido, con luces largas, porque sabemos hacia dónde vamos.
Logramos sanear las finanzas públicas con disciplina, alcanzando estabilidad económica y política. Sobre la base de la planificación estratégica gubernamental, se han implementado políticas de promoción de la inversión privada y pública como nunca antes. Así hemos logrado un crecimiento económico promedio de 9% en los cuatro años de gestión, lo que ha promovido la generación de empleos y la movilidad social vertical, ampliando las oportunidades en el seno de la sociedad. En paralelo, se desarrolla una agenda de inclusión social y una estrategia de combate a la pobreza, instrumentando programas sociales focalizados como la Red de Oportunidades; el Programa de Solidaridad Alimentaria; el programa de Apoyo al Consumidor (PAC); el PRODEC y los programas de inversión pública dirigidos a potenciar las capacidades productivas y el acceso a los conocimientos para la vida y el trabajo, a personas en desventaja social; y la inversión planificada en la recuperación y desarrollo, en el corto, mediano y largo plazo, de la infraestructura nacional.
En fin, nos hemos planteado la alternativa socialdemócrata, que busca aunar la dinámica de un mercado global, con valores sociales y democráticos: libertad, igualdad, pluralismo, justicia social y solidaridad.
Sabemos que no es un camino fácil. Sabemos que lograr crecimiento con equidad es una tarea compleja. Es más fácil la promesa demagógica, las promesas de campañas incumplibles, todo ya, inmediatamente e irreflexivamente.
Queda mucho por hacer, pero mientras los radicales y quienes les hacen el juego, pretenden que el Estado, sus instituciones políticas y el mercado global desaparezcan, los socialdemócratas, los militantes Torrijistas, vamos desarrollando desde el poder público, poco a poco, con la visión puesta en el futuro, una propuesta que conjuga cambio social, desarrollo democrático y económico sustentable y una reforma para mejorar el Estado, a través de mecanismos que lo acerquen a la sociedad, para que le transmitan sus demandas. Para revitalizar lo público en la dirección del desafío de la búsqueda del crecimiento con equidad, hacia un Estado coordinador, con un gobierno cada vez más eficiente y activo, acumulando capacidad de gobierno.
Economista. Ministro de Estado y Vicepresidente del PRD (Panamá, 25-05-2008).
E-mail: bcolamarco@hotmail.com